dissabte, de juliol 21, 2007

Un regalo de 125 minutos

Buenos días de sábado,

Pasaban 1 hora y 50 minutos de la medianoche de ayer y decidí hacerme un regalo.

Acababa de ver el Club de la Lucha y eso junto a que el día había sido demasiado ajetreado creaba demasiada excitación como para irme a dormir de inmediato. Sabía que si lo hacía el destino era ir dando vueltas y más vueltas a la cama, frustración y ojos de buho. Además por la tarde/noche había cometido el error de tomar tres tazas de te verde. En fin, la cama no era un destino óptimo pese a las avanzadas horas de la noche. Pensé que quizás un paseo nocturno ayudaría a relajarme y a poder descansar mejor más tarde.

Dicho y hecho. Me calcé mis bambas preferidas, me puse mis míticos piratas caquis y mi mítica sudadera de los Grizzlies que compré en mi primera visita a Nueva York. La mayoría de mi ropa es mítica porque no compro demasiado y por lo tanto la uso mucho. Qué más necesitaba? El iPOD y las llaves de casa. Ni móvil, ni cartera, ni los kleenex que siempre llevo en el bolsillo en cualquier circunstancia. Lo más sorprendente fue que me fui sin reloj, pero el iPOD tiene uno.

Era la 1:58 cuando salía por la puerta. No había ni destino, ni distancia, ni recorrido predeterminado. Simplemente caminar. Nadie me esperaba a la vuelta y no tenía que dar explicaciones a nadie sobre esta aventura nocturna. La noche me seducía. Conecté el iPOD y empecé a escuchar el CD Extra del gran álbum de Miguel Bosé Papito. Julieta Venegas empezó a cantar y me transportó hasta Strandboulevarden. Poco a poco fui encontrándome agusto, conmigo, sólo yo y nada más. No había ni un alma por la calle (es una zona residencial), sólo algún ciclista rompía la inmovilidad de la noche. También poco a poco fui dibujando un circuito mental, cada vez un poco ambicioso.

Ya eran las 2:20 cuando crucé el puente que dirije hasta el parque de Castellet. El destino no era el parque sino la Sirenita. Aquella que un 10 de abril, gris, me enamoró por su dulzura y por su vulnerabilidad, aquella triste que da las espaldas al mar que se la quiere llevar. Igual que aquel lluvioso 10 de abril, me senté delante suyo. En esos momentos sonó el mágico Hay Días de Bosé y Sanz. Fascinado por la solitud y en encanto de la sirena la acompanyé durante cinco minutos. Ni las primeras gotas de lluvia que cayeron le restaron encanto.

Podía volver a casa desde allí, pero decidí seguir hacia el centro de la ciudad, allí donde los restos de la noche deambulan. El paseo que me llevó hasta allí es mi paseo favorito en esta ciudad. Por detrás del edificio de Maersk y del Palacio Real, el paseo marítimo es un espacio único de Copenhage. Desde allí observé al otro lado del canal la nueva ópera iluminada de noche, magnífico edificio. También caminé al lado de barcos anclados en que alguno de sus tripulantes vaciaban las últimas copas de vino antes de ir a dormir mecidos por el mar.

Caminaba absorto por allí cuando mi tranquilidad se vio sesgada por la imagen de 3 coches de policía y unos 6 agentes mirándome. Ciertamente, en un sitio tan solitario, mi figura debía sorprenderles un poco. Fue entonces cuando me di cuenta que no me había peinado después de salir de la ducha por la tarde. También fue entonces cuando pensé que quizás hubiera sido una buena idea llevar la cartera porque en caso de que me pararan... en fin, se quedó simplemente en una anécdota.

El paseo delante del mar se acabó y me dirigí a Nyhavn, una de las zonas de más movimiento de la ciudad y una de las zonas que de día intento evitar por la aglomeración de daneses y turistas que lo abarrotan. Eso lo debo haber heredado de mi padre, pero tolero poco las aglomeraciones (a no ser que sea para ver el Barca ;)). En Nyhavn los restaurantes recogían raudos mesas y sillas. De allí a la plaza central de la ciudad, Kongens Nytorv. Allí ya empezaba a haber más movimiento. Laura Pasini me trasladó de allí con su "Te amaré" hasta Strøget, la calle más comercial de Copenhage, quizás de Dinamarca y la calle peatonal más larga de Europa. Poco quedaba para las 3 de la noche.

Allí había mucha más gente. Una gran mayoría ya no andaba en línea recta, otros discutían a voz airada, otros se abrazaban, otros se besaban. Circular por allí a aquella hora de la noche me daba la sensación de estar pisando un universo totalmente diferente, del que yo a veces formaba parte, pero definitivamente no a aquella hora. Delante del primer McDonalds de la calle me cayó a menos de un metro una lata de cerveza y una caja de pizza. Un vecino la había lanzado cansado de tanto ruido en la calle. Y yo que pasaba por ahí. Una cosa que me sorprendió es que Copenhage se está llenando de las mismas vacas que ocuparon Barcelona hace un par de anyos. Me hizo gracia una que llevaba estampado un pastel enorme y otra colgada a 3 metros del suelo. También me sorprendió el gran porcentaje de gente no danesa por la calle. Todos son tan rubios que es fácil distinguir a los extranjeros.

Llegué a Radhuspladsen, la plaza del ayuntamiento. Se había acabado el CD de Bosé y decidí comenzarlo de nuevo, pero esta vez empecé por la canción con Shakira, "Si tú no vuelves". Es la canción que más he escuchado de largo este mes, por Shakira, por Bosé, por la música y sobretodo por su letra (la anyado a mis favoritas). La plaza del ayuntamiento es una de mis debilidades porque combina modernidad y tradición y porque es muy diáfana. Enmedio de esa plaza es en uno de los pocos sitios donde uno siente que está en una gran urbe. Oteé el Tívoli, una de mis no debilidades y decidí emprender el camino de vuelta.

Subí por HC Andersen Boulevarden acompanyado de Paulina Rubio, giré en Nørre Voldgade oyendo a Amaya Montero (La Oreja de Van Gogh) y su Sevilla y llegué a la estación de Nørreport. El barrio de Nørrebro está apodado como Nørrebronx por ser el de más movida chunga de Copenhage, pero es barrio mucho más seguro que la mayoría de cualquier ciudad del mundo. Desde Nørreport subí por Nørrebrogade (bueno, al inicio no se llama así pero tampoco importa). Pasé al lado de Israel Plads y me quedé parado al ver que algunos comerciantes ya estaban preparando sus paradas para el mercado de la manyana del sábado. Gente que va a dormir tarde, gente que se levanta pronto, contrastes de la civilización.

El regalo de la noche llegó en el Dronn Louises Bro, comunmente llamado "el puente que une el segundo y el tercer lago". Eran las 3:25 cuando la lluvia empezó a caer. Era una lluvia suave y fresca. Una lluvia que ayudaba a refrescar la noche a un caminante que ya empezaba a estar un poco cansado. A mitad de puente miré al este y allí vi una maravilla. El sol explotaba la noche y ese color rojizo fascinante iluminaba el cielo de Copenhage y lo que es mejor, se empezaba a reflejar en los lagos. Pasado el puente giré a derecha y me interné por los lagos, otra de mis debilidades de esta ciudad vikinga. La lluvia empezaba a apretar y de pronto noté que en el dedo gordo del pie derecho tenía una rozadura. Caminar hora y media sin calcetines es lo que tiene... Con un poco de dolor disfruté del resto del camino, del segundo lago, del primer lago y de un Osterbrogade donde los últimos restos de la noche lloraban, reían e intentaban encontrar la llave de la bicicleta. Copenhage despertaba cuando otros íbamos a dormir.

Abrí la puerta de casa a las 4:03 de la manyana. Cansado, dolorido (restos de sangre rodeaban al maltrecho dedo), relajado y contento de haberme hecho ese regalo, por único, por inesperado, por necesario.

La cama me abrazó mejor que lo hubiera hecho dos horas atrás y me metí dentro de sus sábanas satisfecho.

Hace unas semanas comenté con alguien que de aquí a 10 anyos miraremos atrás y recordaremos Copenhage como una ciudad encantadora donde uno puede ir en bicicleta a todos los sitios y donde caminar dos horas de madrugada no es un peligro sino un placer indescriptible.

Un beso

Jordi

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